Les gusta mi poesía

sábado, 23 de noviembre de 2013

Vicios ocultos



A él siempre le habían gustado las casas antiguas. Esas que tenían una o más habitaciones traseras, que daban a un patio interior, o mejor aún, a un corredor acristalado. Desde ese corredor, o desde las ventanas de las habitaciones traseras, en su ausencia, se podía contemplar la vida de los otros vecinos circundantes con su vivienda. Era una manera de inmiscuirse en la vida ajena, sin hacerse partícipe de sus problemas. Desde allí pudo ver como todas las tardes se emborrachaba el vecino del 22 y como después increpaba y, a veces, golpeaba a su sufrida mujer sin que ésta nunca se quejase, también presenció su primer desnudo femenino, cuando la vecina del 3º izquierda se preparaba cada noche para irse a dormir, sorprendentemente observó que no era el único vecino que estaba pendiente de las ventanas a esa hora de la noche.


El cree que esas sesiones de voyerismo devinieron después en sus ansias de escribir y de contar aventuras de otras personas, aunque fuesen inventadas, por eso tituló su primer libro con el pretencioso título “El vecino cotilla”, lo que no esperaba era que la crítica lo ensalzara por haber sabido retratar con firme pulso a tantos frustrados buenos vecinos de su generación.

viernes, 8 de noviembre de 2013

El "tengaús"



A sus sesenta y muchos años, él todavía se consideraba un hombre joven. Se le iban los ojos detrás de un buen cuerpo femenino, se le antojaban las andanzas de sus colegas treintañeros, se creía capaz de disputar un buen partido de tenis, en fin, vivía como si los últimos 20 años los hubiese vivido otra persona en su lugar.


Por eso, aquella mañana, cuando se cruzó con Ester, la vecina del 3º que proclamaba a los cuatro vientos sus rotundidades y firmezas, le subió a la cabeza un impulso de testosterona y le dijo un requiebro, algo así como “cuando necesites un hombre como los de antes, solo tienes que decírmelo”. Poco esperaba él que Ester, precisamente esa mañana, necesitaba un hombre como los de antes, y mucho menos que sus necesidades se centrasen en cambiar de habitación un armario de tres cuerpos, también como los de antes.

Desde ese día tomó conciencia de su ridículo y de su presente, y cuando se cruzaba con Ester o cualquier otra mujer, agachaba la cabeza y murmura un “buenos días tenga usted”, hasta el punto de que los chavales del barrio le bautizaron con el sobrenombre de "el tengaús".