Siempre se había
considerado una mujer feliz, tanto en su infancia como en su matrimonio. Su
única desdicha era que, debido a un problema hormonal, no conseguía retener los
embarazos más allá de cuatro o cinco semanas.
De nada valía la
progesterona, el reposo absoluto y otros tratamientos que, múltiples doctores,
probaron con ella. Parecía que su vientre se empeñaba en rechazar el embarazo
al llegar a esos fatídicos plazos.
Tras el cuarto intento
fallido, los médicos, como habían hecho otras veces, le recomendaron asistencia
psicológica, pero ella hacía gala de una férrea voluntad e insistía en
continuar su vida normal cuanto antes.
Después del cuarto
aborto, su marido empezó a observar conductas extrañas en ella, hablaba sola,
sonreía a menudo mientras miraba al vacío…
Una noche se sorprendió
cuando notó que ella se había levantado de la cama. Se levantó él también y vio
que había una tenue luz en el cuarto que habían preparado para los niños y que
trataban de evitar. Abrió la puerta con
sigilo y sorprendió a su mujer cantando bajito una nana ante una estantería. En
ella, en cuatro frascos rellenos de formol, estaban los restos de los fetos que
nunca llegaron a vivir.
!!FELICES FIESTAS NAVIDEÑAS PARA TODOS MIS SEGUIDORES Y AMIGOS!!