Les gusta mi poesía

jueves, 21 de julio de 2011

La Prima de Riesgo

Lo reconozco, es un vicio mío, pero cuando me "machacan" con información respecto a algo en lo que, ni remotamente, puedo participar, interiormente siento un deseo irrefrenable de tomármelo a broma. Por eso se me ocurrió este post, espero coincidan conmigo:


Ahora, con frecuencia, me viene a la memoria un recuerdo de mi época infantil que hace tiempo tenía olvidado. Era allá por los opresivos años 50, cuando mi infancia transcurría plácidamente, recién cumplida la primera decena, y protegido en exceso por mis padres de cualquier peligro físico y, en especial, moral que pudiera acercárseme.


Tenía yo por entonces una prima, Mari Puri, que era unos 10 años mayor que yo y a la que no veía casi nunca por vivir en el otro extremo de la gran capital, pero ello no era obstáculo para que en mi casa se criticaran sus costumbres, al parecer ligeras, y su forma de vestir, demasiado moderna para aquella época. Recuerdo comentarios de mi madre y mi abuela, en los que despellejaban su conducta y como siempre terminaba mi madre con una cantinela que era, más o menos; “!qué riesgo tiene esa niña!, ¡qué peligro tiene!. Por eso yo empecé a considerarla como mi prima de riesgo particular.

Ahora, en mi ancianidad, cuando en la mesa familiar rodeado de hijos y nietos, escucho en el telediario que la primera noticia de cada día es hablar de los peligros de la prima de riesgo, no puedo por menos que dibujar una amplia sonrisa en mi boca, pensando en lo mucho que ha progresado Mari Puri y como a su edad, que ya debe ser muy longeva, todavía es capaz de cotizarse por encima de los 300, e incluso acojonar al personal con amenazas de nuevas subidas. Mientras el resto de la familia me mira cariñosamente y piensa “este abuelo está cada día más gaga!. Lo que no saben ellos es que un día mi prima de riesgo decidió por su cuenta que tenía que espabilar a su primito. Eso fue un poco antes de que se fugara con un teniente de la Legión y nunca más se supo de ella, hasta ahora, claro, cuando la televisión nos informa que anda por Grecia, Portugal e Irlanda de forma peligrosísima y que tengamos mucho cuidado en España que somos los próximos…!qué sabrán ellos!



jueves, 14 de julio de 2011

El pusilánime transfuga

¿Quién no ha sentido alguna vez miedo, o por lo menos, la falta de coraje suficiente para afrontar las situaciones que la vida nos pone delante?. Pues un día se me ocurrió escribir sobre alguien que había pasado por esa fase y, finalmente, lo había superado...

Ahora resulta que había estado todo el tiempo aquí, en casa, y yo sin saberlo

Me gustaría saber quien lo habrá dejado olvidado en ese rincón

Había llegado a levantar los colchones buscándolo

La verdad es que en los días de calor a mi me parecía oler su “tufillo”

Pero ya estaba desesperado, ya lo daba por perdido

En los días fríos, parece que se agudizase su pérdida

Y en las noches…en las noches es tremendo el vacío que me provocaba

Y lo peor es que es una de esas cosas que son irremplazables, no se puede comprar otra

Tampoco estaba asegurado contra su pérdida, no creo que ninguna compañía aceptase ese tipo de póliza

Algunos días yo me estremecía al recordar que carecía de él

No sé como he podido afrontar algunas situaciones con esa carencia

A veces llegué a pensar que no lo necesitaba y que podía atreverme a probar sin ello

Pero la cruel realidad me azotaba siempre cuando me disponía a afrontar la situación

Espero que a partir de ahora, mi vida sea diferente

Y por supuesto que tendré más cuidado para que no me vuelva a pasar

Hoy, el primer día después de recuperarlo, ya me han dicho que se me ve distinto

Y es que se tiene que notar, ahora soy una persona con …VALOR

lunes, 4 de julio de 2011

La socarronería





Tengo que confesar que la primera vez que me llamaron socarrón me agarre un fuerte mosqueo, porque era una palabra que no escuchaba desde hacía muchos años y entendí que la primera de sus dos erres era en realidad una b. El lector puede extraer las consecuencias que se derivaron de este equívoco, después, una vez aclarado, corrí al diccionario para darle la interpretación correcta y descubrí “persona burlesca, disimulada e irónica”, suspiré aliviado pues estaba totalmente de acuerdo con el apelativo que me habían dirigido. En aquel entonces yo era un perfecto socarrón.

Ahora, muchos años después, he elegido esta palabra para desarrollar uno de estos breves ensayos con los que no pretendo otra cosa que ordenar mis ideas y entretener al lector ávido de novedades y he preferido hacerlo tomando como base la actitud, en vez del sujeto. Les explicaré porqué; hablar de “socarronería” me produce la sensación de que es una palabra que si la digo cuatro o cinco veces en el texto habré prácticamente llenado un folio y ello me evitará extenderme demasiado sobre su contenido, que por otra parte me merece todos los respetos, pues en el mundo de hoy, lleno de codicias, envidias y otros males, ¿puede haber alguna actitud mejor que la burla?, quizás el desprecio, pero eso puede herir sentimientos de forma más cruel que la ironía. Por ello quiero preconizar, promover, propugnar que practiquemos todos un poco más la socorrida socarronería, además así, podremos eludir tener que razonar los grandes problemas que a diario afrontamos.

He hablado de burla y de ironía, pero he dejado sin mencionar el tercer epíteto que el diccionario aplicaba, no menos importante que éstos, “el disimulo”, o como los psicólogos lo llaman, “el confirma borrico”. Esta es una cualidad que las personas que saben interpretarla a la perfección es porque poseen un don especial, pues en los tiempos actuales es difícil disimular. La gente pervierte este verbo, y se disfraza, se muda de rol, pero el auténtico disimulo está solo al alcance de los buenos estrategas. Consiste en estar presente pero pasando desapercibido, distraerse del hecho voluntariamente. En fin, es todo un ejercicio que necesita una práctica para hacerse con la corrección debida, yo recomiendo insistentemente realizar a diario algunos actos de disimulo con objeto de perfeccionarlo para cuando sea menester su utilidad.

Ahora bien, en el otro lado de la balanza debemos reflexionar sobre que actitud es preferible tomar cuando nos enfrentamos a alguien que desborda socarronería (¿cuántas veces van?). Podemos optar por sentirnos ofendidos, humillados, dolidos, pretender ignorarlo. Pues bien, mi recomendación es pasar rápidamente al contraataque y responder con la misma moneda, ello suele provocar la mayoría de las veces, si el contrario es digno rival, un diálogo hilarante y pleno de ocurrencias del que se desprenderán positivas conclusiones para ambos.

He aquí entonces la moraleja de este texto, utilicemos la socarronería con habilidad y prudencia, en la seguridad de que redundará en un divertimento general y si alguien se molesta, bajemos nuestro diapasón un punto, pero no pidamos excusas pues el buen socarrón nunca ofende, solo retrata la realidad con humor y eso no puede ser malo, no caigamos en aquello de “excusatio non petita, accusatio manifesta”, si el contrario no sabe interpretar nuestro humor lo que podemos hacer es recomendarle que asista a cursos de bromas, que lea a Forges y otros humoristas nacionales de reconocido prestigio, y que cuando aprenda a reírse, recapacite sobre la conversación mantenida, seguro que para entonces ha cambiado su manera de verlo.

Terminemos pues intentando poner en rima esta recomendación, a ver si así se tiene más en cuenta:

Practica la socarronería
hazlo con fina ironía
no desmerezcas la burla
siempre que no sea burda
del disimulo haz un arte
que todos querrán copiarte
si te llaman socarrón
no te preocupe en exceso
mejor que te llamen eso
a que te llamen…… (ver el principio de este ensayo).