Les gusta mi poesía

lunes, 27 de junio de 2011

La vida es bella



Ahora que acabo de regresar de unas vacaciones por el país Vasco, rescato este texto que escribí hace unos meses y que encastro en mis "Ensayos" y le coloco estas dos rosas de una gata amiga, para que le sirvan de guía. El texto tiene algo de mis vivencias de adolescente:

Raúl había crecido escuchando siempre hablar a los mayores de las virtudes de esa “otra España”, que siempre era más….lo que fuera que el resto. Se quedaba extasiado oyendo hablar a sus padres, abuela y tíos de las enormes diferencias. Solían repetir con admiración, que nada más cruzar la sierra del Guadarrama, se adentraba uno en otro país, donde todo era verde y había ríos y lagos por doquier. El, nacido en Madrid y sin conocer nada del mundo excepto el pueblo natal de su madre en la provincia de Toledo, no podía hacerse a la idea de que siendo todo un mismo estado, con el mismo idioma y mismas costumbres, el paisaje pudiera ser tan distinto, pero su tío, persona a la que estimaba, pues sabía que no era nada dado a la exageración, le comentó en una ocasión:


- Mira Raulito, si fueras al Norte en coche, y lo haces por la carretera de La Coruña, tendrías que cruzar el Guadarrama por el túnel nuevo que han hecho bajo el Alto de Los Leones, este puerto separa las dos Castillas (la vieja y la nueva), y se dice que lo han construidos los presos políticos de Franco, los mismos que hicieron el Valle de los Caídos, tiene más de 3 kilómetros y lo cierto es que es una gran obra. Bueno, pues tú te meterías en el túnel en la provincia de Madrid y saldrías ya en Segovia y al salir parece que hubieras salido de un túnel mágico que te haya transportado en el tiempo. Si es primavera, los colores te inundarán las retinas, si es invierno, la nieve o la niebla tomarán otra dimensión que nunca habías visto antes. Si es otoño el paisaje se llenará de un ocre maravilloso, e incluso si es verano, comprobarás que el aire tiene un frescor que alivia constantemente.

Otras de las conversaciones preferidas por Raúl, era cuando le hablaban del mar, ese que solo conocía por las películas y la televisión. Le decían que el Cantábrico tenía olas que saltaban los muros, que la playa de La Concha era la más bonita de España, que si la isla de Icaro (esa que aparecía en algunas películas en los créditos iniciales), que si el Monte Igueldo en Donosti, que si el Gran Casino. Su abuela le solía advertir:

- Ten en cuenta Raulito que en San Sebastian han veraneado de siempre los reyes y toda la nobleza que les acompañaba, por eso la ciudad siempre estaba engalanada. Ahora ya no van, por eso del terrorismo supongo, pero todavía la gente de dinero se escapa allí para luego acercarse a Biarritz, que está nada más cruzar la frontera de Francia, y jugarse en el casino unos duros.

También Santander era eco de sus alabanzas, que si La Magdalena, que si El Sardinero, que si Santillana, Comillas o Laredo. En fin, Raulito iba reteniendo todos estos nombres en su memoria, con la idea fija de que algún día al llegar su mayoría de edad, podría comprobar por si mismo todas esas excelencias. A veces él se preguntaba de donde podía venir esa admiración que toda su familia profesaba al norte, (si hasta futbolísticamente, aunque no eran apasionados del deporte, seguían con interés los resultados del Athletic de Bilbao) y la única explicación que encontraba era la de ese abuelo que nunca conoció y del que sus padres jamás hablaban delante de él, pero de quien su abuela, cuando estaban solos, le contaba anécdotas e historias, que la humedecían sus cansados ojos y que siempre terminaba con un profundo suspiro y un ¡Ay, el muy canalla!.

Desde que cumplió 13 años, sus padres cuando llegaba su cumpleaños, en lugar de comprarle nada, le dijeron que era mejor que le dieran dinero y así el podía invertirlo en algo que desease, o mejor todavía ahorrarlo para cuando fuese mayor. Estas pequeñas prebendas, unidas a los ahorros que conseguía hacer de su menguada paga semanal, a la que, sin saberlo sus padres, contribuían también con algunas monedas su abuela y su hermana, constituían ya, para cuando estaba a punto de cumplir 18 años, una estimable fortuna, que superaba incluso 50.000 pesetas y que Raúl guardaba con precaución en una pequeña caja de caudales cuya única llave él poseía, pues la había adquirido él mismo para asegurarse su privacidad.

La hermana de Raúl, era 6 años mayor, lo cual les distanciaba tanto que siempre se creyeron generacionalmente diferentes. Discutían todo y ella solía terminar con un “que vas a saber tú”, que a Raúl le suponía una de las peores afrentas que podía dirigirle. Sin embargo, ella no se enteraría nunca, de la paliza que Raúl, a su 13 años, recibió el día que, en el pueblo toledano de su madre, se enfrentó con el hijo del guarda forestal (8 años mayor que él), porque le escuchó decir que su hermana era una “maricona”. Su sangre se rebeló contra ese insulto y no pudiendo contenerse, le dijo que él era un hijo de puta, razón por la que recibió unas cuantas bofetadas y encima el desprecio de que cuando acabó le dijera “y ya te enterarás cuando crezcas de que llamar “maricona” a tu hermana no es un insulto”. Era siempre la misma cantinela, todo ocurriría cuando creciera, por eso la fijación de ser mayor de edad, se había convertido para Raúl en toda una obsesión.

Cuando solo quedaban unas semanas para su 18 aniversario, su hermana logró convencer a sus padres de que su hermano merecía que ese año fuese algo especial, para lo cual los padres hicieron un pequeño esfuerzo económico y le prepararon un regalo consistente en un bonito traje azul, de chaqueta cruzada, camisa de rayas, según la moda, y una corbata elegida por su hermana, con la cual pensaban ellos que iba a estar más guapo que ningún otro muchacho de su edad. Prepararon en las vísperas un pequeño recibimiento, para cuando volviese de sus clases, que incluía esa tarta de Santiago que tanto le gustaba.

Raúl salió, como todas las mañanas, muy temprano para las clases en la Universidad, donde había comenzado hacía solo un mes, besó a su madre como todas las mañanas, cogió su mochila y cerró la puerta con total naturalidad. Unas horas después cuando su madre le arreglaba su habitación, encontró un sobre encima de la mesilla que le llamó la atención, y que con grandes caracteres decía “PARA MI MADRE”.

Algo le hizo sospechar que no podía ser ninguna buena noticia, por lo que esperó a abrirla a que llegasen su hija y su marido a la hora de comer. Una vez reunidos en el salón, les entregó el sobre y el padre procedió a abrirlo con toda solemnidad, en el interior, una breve misiva les decía:

“Querida madre, o querida familia, pues seguro que estáis todos reunidos, no me esperéis esta tarde para celebrar mi cumple, pero no os alarméis solo estaré fuera unos días, me he ido al Norte, quería comprobar con mis propios ojos todas esas historias que os oí contar siempre y, de paso, si puedo, indagar que fue de mi abuelo, “el canalla”. No me demoraré mucho, pues el dinero no creo que me alcance para todo lo que quisiera. Tampoco os preocupéis por las clases, he dejado encargado que me guarden los apuntes. Creo que debéis alegraros pues voy a hacer lo que siempre me recomendabais, “cuando seas mayor ya aprenderás”, pues bien, hoy cumplo mi mayoría de edad y pensé qué había que aprender deprisa. Un beso para todos y hasta la vuelta”.

El hecho produjo en su familia la lógica sorpresa, acompañada de un ligero malestar que no sabían si era debido al acto en sí o al hecho de que Raúl estaba haciendo lo que ellos nunca se habían atrevido a hacer. En cualquier caso, esto les duró solamente el tiempo que Raúl tardó en regresar y entregarles los regalos que a cada uno les había comprado. Luego se sentaron en el salón familiar y él pasó a narrarles lo que había visto y conocido en directo de ese otro país que del que tanto hablaban.

Lo que nunca les dijo fue que una vez llegado a San Sebastian conoció a una chica guipuzcoana de 17 años, que se llamaba Maite, y que cambiaría su vida para siempre.

lunes, 6 de junio de 2011

El escritor

Inicio lo prometido, una serie de textos que pueden interpretarse como ensayos o chorradas diversas, según cada cual a su mejor criterio, pero a mi me apetece publicarlos y compartirlos. El primero, titulado "El escritor" describe mi pensamiento al respecto y da pié a los que le seguirán en lo sucesivo:


Cuando he conseguido quitarme las telarañas mañaneras que velaban mis ojos, he pensado inmediatamente en lo árido de la profesión del escritor. Se conoce que hoy me he levantado victimista, pero no he podido por menos que pensar cosas como las que siguen:


¿Cómo trasladar al lector las sensaciones que uno tiene?, y si uno se atreve a hacerlo, ¿Cómo se asegura que el lector recoge fielmente lo que ha querido decir?, todo está sujeto a interpretaciones, cada uno le damos a la lectura nuestro sesgo personal, inducido por la educación recibida, el entorno en el que vivimos, el modelo de sociedad, las creencias religiosas, las tendencias políticas y todos esos factores que, inevitablemente, tiñen nuestra visión con un filtro único y personal que impedirá esa fidelidad que el escritor hubiera deseado.

Bien, pues una vez aceptada esa deformación del lector, ¿debe el escritor por ello callar lo que quiere transmitir?, ¿debe por el contrario publicar e incidir hasta la saciedad para con ello bombardear las neuronas del lector con sus propias ideas?. Bueno, creo que esta vida es una selva en todos los sentidos, y podría considerarse desde un punto de vista práctico, que el escritor está en su derecho para actuar como mejor crea conveniente, pero yo me resisto a ello y, muy al contrario, me parece que el escritor lo que debe hacer es ayudar con sus ideas a que el lector se manifieste a favor o en contra de las mismas, o que, a su vez, transmita su pensamiento, contribuyendo también a enriquecer el panorama. Esto es lo que me parece podría interpretarse como “letras libres”, es decir, la libertad, bien supremo del ser humano, llevada a la práctica en la literatura, sin corsés, sin límites, sin censuras. Ante este manifiesto, cabría preguntarse ¿eso es luz verde para todo?, pues bien, solo hay una limitación que creo debe imperar sobre todo, el respeto, hay que digerir lo que opinen los demás aunque nos lleven los diablos en ello, porque si no lo respetamos, entonces ya estamos coaccionando su libertad, es decir esta única limitación en realidad se hace para reforzar la libertad no para cohibirla.

Por ello y porque este sentido triunfe y sea el que inspire mi teclado, levanto mi simbólica copa y brindo a su salud…¿me acompañáis?