Empezó el viaje sin saber dónde dirigir sus pasos, a los pocos días detectó
que había estado dando vueltas infructuosamente sin alejarse apenas del punto
de partida. Por ello, reflexionó y decidió buscar un acompañante con el que
pudiera decidir cuál sería la mejor dirección a tomar.
Pensó durante varias jornadas quién sería el
ideal para un largo viaje, pero, ¿a quién se lo pedía? Por un lado no
quería ofender a unos por decírselo a otros. Tampoco quería arriesgarse a una
negativa rotunda que le dejara en mal lugar, ni ofrecérselo a alguien que no
estuviera mínimamente preparado tanto
física como mentalmente para una larga temporada.
Decidió finalmente paralizar esa acción y retomar la del
viaje individual, pero ¿adónde ir? Tras unos días de meditación y descartar
varios destinos, se le ocurrió que podía dejar que fuese el azar el que lo fijase,
para lo cual buscó por las librerías de toda la ciudad un buen atlas que
incorporase un mapa mundial desplegable,
con la idea de lanzar un dado, de forma que allí donde fuera a parar sería el
país elegido. Pero, no podía elegir a la ventura total, pues, aparte de la
probabilidad mayor de que el punto de la elección recayese en un océano,
algunos países estaban en conflicto bélico, otros padecían peligrosas pandemias
e incluso había algunos en los que la probabilidad de movimientos sísmicos u
otros accidentes de la naturaleza no hacían recomendable visitarlos.
Desechó pues esta opción y se centró en saber exactamente de qué
medios materiales disfrutaba para afrontar el viaje, ya que pensó, que esta
podía ser otra limitación para algunos destinos. Pero tampoco podía calcular su
poder económico de una manera fácil, pues dependía a su vez de las decisiones
que tomara respecto a si vender o no su cartera de valores, vender sus
posesiones (casa, coche…), perdió pues unas semanas esperando el momento idóneo
para no perjudicarse por unas ventas precipitadas.
Otra limitación podía ser el tiempo de que disponía. Alertado
por este nuevo input, consultó un calendario y entonces comprobó con pavor que
se la habían pasado sus vacaciones laborales mientras estaba decidiendo donde
viajar, y debía incorporarse a su trabajo al día siguiente. ¿Qué hacía? ¿Pedía
una excedencia? ¿Fingía una baja por enfermedad de larga duración? ¿Se despedía
para no regresar?, pero ¿cómo tomar esta medida sin conocer siquiera adónde ir?
Y así transcurrió su vida, en un continuo ir o no ir, que le
estresaba y le oprimía la mente, impidiéndole razonar con claridad, hasta que
un día, alguien más poderoso que él, se lo llevó consigo para siempre, de forma
repentina, resolviendo así todas sus dudas.