El día que abrieron, cerca de mi
casa, una pequeña clínica, supe que por fin mis males tendrían remedio.
Se trataba de la típica clínica
de barrio, que ofrece sus servicios, de medicina general, pediatría, enfermería
y, de paso, se ocupan de tramitar la renovación de carnets de conducir, permiso
de armas, ect.
Bombardearon el barrio con sus
octavillas publicitarias y tuve la fortuna de que una de ellas vino a parar a
mi buzón, aunque luego me encontré otro par en las escobillas de mi coche.
Ofrecían sus servicios, añadiendo a lo antes citado, algún detalle más de lo
que genéricamente abarca la enfermería, como puede ser, toma de muestras para
analíticas, sondas, extracción de cuerpos extraños y otras de ese
calibre y, lo más importante, ofrecían sus servicios en su consultorio o a
domicilio si el paciente lo requería.
Yo sufría por entonces un picor
general, que se convertía en comezón en determinados momentos, casi como si
fuese una quemadura, escozor, irritación, hinchazón, me subía la temperatura
corporal y no me dejaba descansar, así que, sin dudarlo, llamé por teléfono y
les pedí se pasaran a hacerme una visita.
Llegaron increíblemente rápido,
se notaba que aún tenían pocos clientes, les hice pasar al salón y una vez allí
fui derecho al problema, ¿ustedes extraen cuerpos extraños, verdad?, pues, por
favor, sean eficaces y de forma no muy dolorosa, ¡llévense a mi mujer!